domingo, 23 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 9

María Ferrando se puso de parto recién estrenado el otoño de 1994. Era una noche fría que se rompía con cada trueno. Dicen que llovió durante seis días. Esteban Fernández quiso que su primogénito se llamase Félix, como su padre.
El parto fue complicado y Félix Fernández Ferrando estuvo a punto de dejar viudo a su padre. Cuando su madre lo tuvo en brazos por primera vez lo apretó contra su pecho y lo llenó de besos, luego le miró la carita y no fue capaz de encontrarle parecido con nadie de la familia. Ella le miraba y él con sus ojitos de color caramelo clavados en los de ella, sin pestañear, con los labios torcidos en una sonrisa extraña. A María aquella mirada le agitó el pulso y sintió una pequeña opresión en el pecho, sin saber porqué, sintió miedo.

Félix crecía sano y fuerte, estaba enamorado de su padre que le enseñaba a chutar la pelota, que le leía cuentos de piratas y de magos cada noche antes de dormir, que le llevaba al parque todas las tardes a la vuelta del colegio. A veces, cuando María y Félix se quedaban solos, ella intentaba leerle un cuento, pero el niño se distraía con cualquier cosa y entonces ella se quedaba mirándolo y cuando Félix se daba cuenta dejaba de hacer lo que estuviera haciendo y la miraba a ella, y María dejaba de mirarle y tenía ganas de llorar, aunque nunca lo hizo delante del pequeño. Por la noche se lo contaba a Esteban que la tranquilizaba asegurándole que cualquier día sería ella la favorita de Félix y que no se preocupara. A veces, cuando Félix la miraba a los ojos, a ella se le helaba el corazón y sentía un miedo irracional y absurdo y pensaba en decírselo a Esteban, pero nunca lo hizo. Entonces veía a Félix jugar con Esteban, los veía reírse, abrazarse y en ese momento le gustaría comerse a besos a los dos y les preparaba la cena y cenaban los tres juntos.

Cuando Félix cumplió cinco años nació su hermanita Mercedes que se agarró a la teta de su madre nada más dejársela encima. María había convencido a Esteban para que la cuna de la pequeña estuviera en su habitación y así lo hicieron. María nunca dejaba sola a Mercedes, la ponía en el carro y la llevaba detrás de ella por toda la casa, a la cocina mientras preparaba la comida o la cena, al baño mientras se duchaba, cuando Félix quería jugar con la pequeña, ella se quedaba con ellos, los observaba, la pequeña se reía con las tonterías que le hacía su hermano.

Cuando Mercedes cumplió un año, Esteban convenció a María que sería bueno que la niña fuese a dormir a la habitación con su hermano.
- Si sigue durmiendo en nuestra habitación, Félix acabará por cogerle celos.

Esa noche María tardó en conciliar el sueño, se había acostumbrado a la presencia de su hija, a su respiración, a despertarse cuando se movía. A las tres y veinte minutos de la mañana, el golpe de una puerta que se cierra de golpe despierta a Esteban y María. Ella se levanta de un salto y acude a la habitación de los niños, mira dentro de la cuna, vacía, mira hacia la cama de Félix y se tropieza con sus ojos de color caramelo muy abiertos y una sonrisa de labios fríos que deja ver sus blanquísimos dientecitos. Debajo de la ventana abierta, una silla.

María intenta gritar, pero le fallan las fuerzas.

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