viernes, 7 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 6

Entraron al hotel directamente por el garaje, un ascensor y a la habitación, habían leído que era lo más discreto, que era muy improbable que se cruzaran con nadie y no se cruzaron con nadie. Entraron en la habitación, amplia, con una cama enorme y una bañera redonda en la que sobraba sitio para seis personas. Ella dijo, - la próxima vez podemos invitar a más gente- él se rió y le confesó que llevaba tiempo deseándolo.

Ella empezó a desnudarse, como si tuviese prisa y él la miró como si fuese la primera vez que la veía hacerlo. Al notar su mirada ella empezó a moverse más lentamente, jugó con la blusa antes de lanzársela, luego el sujetador, se cogió los pechos, eran grandes, bonitos, un poco caídos, los apretó entre sus manos mirando la reacción de él que sonreía mientras la miraba con deseo. Se quitó la falda y luego, muy despacio, el tanga, se lo lanzó y él se lo guardó en el bolsillo de la americana, a ella se le escapó una carcajada, oye, -¿qué le digo a mi marido si me ve llegar a casa sin bragas? Y mientras se lo preguntaba, se dejó caer a su lado en la cama, desnuda, con esa sonrisa de niña mala que tanto le gustaba a él. –Ahora te toca a ti.

Él se levanto, se quitó la camisa con la urgencia del que sabe que la tarde nunca dura lo suficiente y los pantalones y los bóxer y se acercó a ella, desnudo. Ella le cogió la polla con suavidad, la acarició mientras le miraba a los ojos, él le sonreía… -Esto no te lo hacen en casa, eh… Él se dejó hacer, y siguió jugando mientras aquello iba adquiriendo la textura que la situación aconsejaba y ella se levantó, se puso frente a él, muy cerca, podía sentirlo tan cerca como si lo tuviese dentro, cuando hablaba sentía su aliento en los labios y le gustaba, aplastó sus pechos contra el pecho de él y sus bocas se encontraron, ella la abrió y sus lenguas jugaron a buscarse, a encontrarse, y ella le mordió más fuerte de lo que pretendía y él lanzó un pequeño grito pero no se apartó, se pegó más a ella, la cogió por las nalgas y la presionó contra él y ella volvió a morder un poco más fuerte y él le dio un manotazo en el culo que ella celebró con un insulto ahogado por los labios de él. A él le salían unas gotitas de sangre del labio y ella las limpió con su lengua, -no sé cómo le vas a explicar esto a tu mujer, dijo ella entre risas. Él le dijo que ya se le ocurriría algo, que no se preocupara, -no se entera… y entonces fue ella quien le dio una palmada a él en el culo, fuerte, seca… y como si eso fuese una señal convenida, ambos se dejaron caer sobre la cama, abrazados y fue ella la que se puso sobre él, y no hizo falta que le guiase con la mano y él supo encontrar el camino y lo recorrió y ella se sentó sobre él, y se movió hasta sentirla dentro, entera, profunda, como una tabla de salvación o la encarnación de una gran esperanza. Se miraban a los ojos mientras lo hacían, se besaban, se tocaban con manos expertas, se volvían a besar y se reían e intentaron acabar a la vez pero no fue posible y aunque ella no vio una palmera de fuegos artificiales ni él creía morirse y nacer al mismo tiempo los dos disfrutaron y se quedaron abrazados en la cama, hablando, acariciándose, con los restos de la pasión repartidos por la piel y las sábanas y dejaron pasar una hora, sin hacer nada más que tocarse y sentirse.

Por la noche, durante la cena y después de haber acostado a sus hijos, ella, con esa sonrisa de niña mala que tanto le gusta a él, le pregunta por esa herida en el labio.

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