Pedro Costa nació un 3 de agosto
de hace 44 años, en el momento de nacer se encontraba solo, ni siquiera su
madre que llevaba diez años muerta asistió a su nacimiento. Pedro Costa nació
una noche muy calurosa, con la única ayuda de una botella de tequila y un
paquete de cigarrillos rubios.
Pocas semanas antes de su
nacimiento, Pedro Costa era el hombre más feliz del mundo, tal vez suene
exagerado, pero él estaba convencido de que era así. Tenía un empleo fijo que
le gustaba y una mujer de la que estaba locamente enamorado. Tenía una hija
pequeña que empezaba a hablar y que inventaba palabras que conseguían arrancarle
la risa desde el estómago. Era hijo único y toda su familia, más allá de su
mujer y su hija, eran sus amigos.
Cuando Pedro Costa recibió la
noticia de la muerte de su mujer y su hija se encontraba en el laboratorio
donde trabajaba, estaba consiguiendo los primeros resultados satisfactorios en
los ensayos en los que llevaba meses trabajando. Nunca había pensado que la
felicidad pudiera resultar tan frágil, tan escurridiza. Aquel día de finales de
julio el sol se mostraba implacable y tenían previsto ir a la playa por la
tarde.
En el hospital el médico le dijo
que la muerte había sido instantánea, que no habían sufrido y Pedro Costa pensó
que eso debería consolarle, pero no existía consuelo para él. Ni siquiera tenía
a nadie a quien culpar, el accidente había sido como consecuencia de un
descuido de su mujer y se metieron debajo de aquel camión y lo único que él
lamentaba más que la muerte de su mujer y su hija era el no ir él en el coche
con ellas.
Al tanatorio solo acudieron un
par de compañeros suyos del trabajo y la familia de su mujer con la que Pedro no
tenía apenas relación. La ceremonia fue sencilla y Pedro no quiso recoger las
urnas, como si esa negativa pudiera cambiar algo. Pedro volvió solo a una casa
que estaba llena de ellas y le dolía tanto la vida que le costaba respirar
atrapado en un llanto seco y sin lágrimas.
Pasaron cinco días antes de que
la ambulancia lo sacara de su casa, no recordaba haber comido nada en ese tiempo,
pero se había bebido todo lo que tenía por mueble de los licores, un par de
botellas de whisky, ginebra, vodka, vino, tequila. Ni siquiera lo mezclaba con
refrescos, bebía hasta caer dormido, se despertaba empapado de sudor y alcohol
y ese dolor que no le dejaba respirar seguía, y soñaba con su hija y con su
mujer y bebía y recordaba.
Cuando lo encontraron tirado en
el comedor tenía una herida superficial en la cabeza, ni la pistola era la
adecuada ni su puntería la necesaria. Pedro Costa volvió a nacer esa noche, era
3 de agosto y tenía 37 años.
Hoy, 44 años después de aquel 3
de agosto, en otra ciudad sin playa, entierran a Pedro Costa, que ha fallecido
de infarto a los 81 años dejando mujer, tres hijos y una nieta pequeña que empieza a hablar y se
inventa palabras y le arranca a su abuelo la risa desde el estómago.
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