lunes, 3 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 4

Pedro Costa nació un 3 de agosto de hace 44 años, en el momento de nacer se encontraba solo, ni siquiera su madre que llevaba diez años muerta asistió a su nacimiento. Pedro Costa nació una noche muy calurosa, con la única ayuda de una botella de tequila y un paquete de cigarrillos rubios.

Pocas semanas antes de su nacimiento, Pedro Costa era el hombre más feliz del mundo, tal vez suene exagerado, pero él estaba convencido de que era así. Tenía un empleo fijo que le gustaba y una mujer de la que estaba locamente enamorado. Tenía una hija pequeña que empezaba a hablar y que inventaba palabras que conseguían arrancarle la risa desde el estómago. Era hijo único y toda su familia, más allá de su mujer y su hija, eran sus amigos.

Cuando Pedro Costa recibió la noticia de la muerte de su mujer y su hija se encontraba en el laboratorio donde trabajaba, estaba consiguiendo los primeros resultados satisfactorios en los ensayos en los que llevaba meses trabajando. Nunca había pensado que la felicidad pudiera resultar tan frágil, tan escurridiza. Aquel día de finales de julio el sol se mostraba implacable y tenían previsto ir a la playa por la tarde.

En el hospital el médico le dijo que la muerte había sido instantánea, que no habían sufrido y Pedro Costa pensó que eso debería consolarle, pero no existía consuelo para él. Ni siquiera tenía a nadie a quien culpar, el accidente había sido como consecuencia de un descuido de su mujer y se metieron debajo de aquel camión y lo único que él lamentaba más que la muerte de su mujer y su hija era el no ir él en el coche con ellas.

Al tanatorio solo acudieron un par de compañeros suyos del trabajo y la familia de su mujer con la que Pedro no tenía apenas relación. La ceremonia fue sencilla y Pedro no quiso recoger las urnas, como si esa negativa pudiera cambiar algo. Pedro volvió solo a una casa que estaba llena de ellas y le dolía tanto la vida que le costaba respirar atrapado en un llanto seco y sin lágrimas.

Pasaron cinco días antes de que la ambulancia lo sacara de su casa, no recordaba haber comido nada en ese tiempo, pero se había bebido todo lo que tenía por mueble de los licores, un par de botellas de whisky, ginebra, vodka, vino, tequila. Ni siquiera lo mezclaba con refrescos, bebía hasta caer dormido, se despertaba empapado de sudor y alcohol y ese dolor que no le dejaba respirar seguía, y soñaba con su hija y con su mujer y bebía y recordaba.

Cuando lo encontraron tirado en el comedor tenía una herida superficial en la cabeza, ni la pistola era la adecuada ni su puntería la necesaria. Pedro Costa volvió a nacer esa noche, era 3 de agosto y tenía 37 años.

Hoy, 44 años después de aquel 3 de agosto, en otra ciudad sin playa, entierran a Pedro Costa, que ha fallecido de infarto a los 81 años dejando mujer, tres hijos y una nieta pequeña que empieza a hablar y se inventa palabras y le arranca a su abuelo la risa desde el estómago. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario