miércoles, 5 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 5

Antonio Blanch y Ramón Puig se conocieron el primer día de clase del curso 1964-1965. Ambos estudiaban primero de Químicas y quiso el destino sentar a uno al lado del otro. Ninguno de los dos podía sospechar en aquel momento que sus vidas ya no se iban a separar. Antonio Blanch era el segundo de tres hijos, de familia acomodada, religiosa y conservadora. Ramón era hijo único, se había criado con su madre y una tía, ambas viudas desde que ejecutaron a sus maridos en la tapia del cementerio de Paterna.

Antonio y Ramón compartieron apuntes y tardes de estudio durante los cinco años de carrera. Compartieron también sus primeras borracheras y desamores. A Ramón le gustaba la sensibilidad de Antonio, a Antonio la valentía de Ramón. El primer trabajo de Ramón lo consiguió gracias a una recomendación del padre de Antonio. Con el primer sueldo, Ramón compró una lavadora automática para su madre y con el segundo dio la entrada para un coche.

El día que Antonio presentó a Luisa a sus padres, el padre desterró su miedo mal disimulado a que el niño acabase soltero y rodeado de invertidos. Su madre sopesó con tristeza el precio de su renuncia.

Con su coche nuevo, Ramón podía volver a casa todos los fines de semana, veía a su madre y a su tía, quedaba para cenar con Antonio y Luisa y luego, mientras apuraban la última copa, se confesaban entre risas lo que habían callado durante la semana. Aunque su madre siempre le dejaba la habitación preparada, Ramón nunca volvía a dormir a casa.

Antonio por aquella época ya ocupaba un puesto en la dirección de la empresa de su padre y su madre invertía todo su tiempo en organizar los detalles de la inminente boda. A Luisa le parecía bien todo lo que la madre de Antonio proponía y no tardó mucho en quererla como a una madre.

El día de la boda, Antonio quería que Ramón fuese uno de sus testigos, pero su padre se negó y Antonio cedió sin protestar demasiado. La novia estaba radiante y el novio tenía una nube de tristeza en los ojos que solo Ramón fue capaz de ver. La luna de miel por las islas griegas duró casi un mes. Antonio nunca había estado tanto tiempo lejos de Valencia y aunque estaba disfrutando del viaje, nunca le dijo a Luisa que tenía ganas de volver.

Ramón estuvo intentando durante años conseguir un puesto de químico en alguna empresa en Valencia, superaba los procesos de selección pero siempre había alguna dificultad que al final impedía que le dieran el empleo. Ramón nunca supo que detrás de esas dificultades siempre estuvo el padre de Antonio.

Cuando Ramón se jubiló se volvió a vivir a Valencia, a una calle cerca de donde vivían Antonio y Luisa. Muchas tardes quedaban los tres y daban largos paseos, tomaban algo en alguna cafetería y se divertían sin hacer nada. Algunas veces Antonio se iba solo mientras Ramón y Luisa se quedaban en casa de Ramón, tomaban café y recuperaban el tiempo perdido. Cuando caía la noche, Antonio recogía a Luisa de casa de Ramón y paseaban del brazo hasta su casa, felices. Sin amarse, se querían con locura.

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