jueves, 13 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 7

Les entregaron las llaves del piso tres meses antes de la boda, Pilar eligió los muebles, las cortinas, la vajilla, José Luis instaló las lámparas, puso rejas en las ventanas, - parece una cárcel, dijo Pilar riendo, - no podría soportar que algún extraño entrase en nuestra casa y te hiciese daño, dijo José Luis con la seguridad del que sabe lo que dice.
El día de la boda ella llevaba un vestido blanco precioso y un niño en el vientre. Él cuidó de que a ella no le faltara de nada, no se separaron en ningún momento… La noche de bodas él le pidió a ella que dejase el trabajo, y ella sin saber muy bien el por qué, aceptó.

Pocas semanas antes del nacimiento del pequeño Luis un grieta pequeña, casi imperceptible se abrió en la pared de su dormitorio. Era diminuta, nadie que no durmiera en aquella cama podría verla, pero Pilar la veía incluso sin mirarla. Luis pesó tres kilos y ochocientos gramos y tenía los mismos ojos que su padre. Pilar se enamoró de su hijo nada más verlo. José Luis, mostraba orgulloso a su hijo y cuando había gente le daba el biberón o le cambiaba el pañal, solo cuando había gente.

Todavía Luis no había cumplido dos meses cuando apareció otra grieta, más grande, más profunda, Pilar empezó a tener miedo, pero no se lo dijo a nadie y se refugiaba en la mirada de su hijo que era igual que la de su marido, pero sin maldad. Por las mañanas Pilar y Luis daban largos paseos y Pilar pensaba en tomar un camino diferente al de casa y entonces recordaba que había dejado el trabajo y que la pensión de viudedad de su madre apenas les llegaba a ella y su hermano, que llevaba cinco años en el paro, para comer. Y volvía a casa y se quedaba mirando aquellas grietas que solo ella veía.

José Luis empezó a invitar a amigos a cenar y Pilar cocinaba y todo el mundo envidiaba aquella casa tan bonita, decorada con tanto gusto y aquel niño tan guapo que tenía los mismos ojos que su padre. La primera vez que José Luis pegó a Pilar, Luis dormía la siesta y ella tuvo miedo incluso antes de que él levantase la mano, nunca la había mirado de aquella manera y por un momento pensó que si el niño no hubiese estado en su habitación dormidito ella habría salido corriendo, pero Luis dormía en su habitación y le dolieron más las palabras que los golpes y ella, en silencio para no despertar al pequeño, se esforzó por entender y no conseguía entender nada y se quedó tirada en el suelo del comedor cuando él se fue y los dejó encerrados en su propia casa y ella desde el suelo veía las rejas de la ventana y las grietas que ya llenaban todas las paredes y que nadie más que ella veía y por las que cabía un brazo y quién sabe si una vida.

No volvieron a salir ni a invitar a nadie hasta que a ella se le fueron las marcas de la paliza, José Luis le avisó de que si intentaba algo se arrepentiría y ella que apenas podía dormir a ratos por el día, mientras José Luis trabajaba y Luis dormía, intentaba no pensar para no temer. Pilar tenía más miedo por Luis que por ella y eso José Luis lo sabía y lo utilizaba y a ella le dolía la vida cuando su hijo le sonreía con esos ojos tan grandes y tan negros y tan iguales a los de su padre.
Pilar deseó la muerte de José Luis y aunque no creía en dios rezaba cada noche para que le ayudase, pero dios debía estar ocupado en otras cosas y a ella la movía más la desesperación que la fe. A veces, cuando José Luis estaba de buen humor y jugaba con el niño, ella soñaba con que las cosas volvieran a ser como cuando se conocieron, hasta que ella misma se daba cuenta que ella no conoció a su marido hasta el día que le levantó la mano por primera vez.

El día que los vecinos avisaron a la policía, Pilar había decidido que se iba, pero José Luis volvió del trabajo antes de lo habitual y ella que no creía en nada rezó a ese dios escurridizo que nunca está cuando le necesitas y cuando él le quitó al niño de los brazos ella gritó con todas sus fuerzas y la policía llegó demasiado tarde y en la televisión el vecino del segundo dijo que él era muy educado y que nunca antes les había oído reñir y Pilar se convirtió en un número en una estadística y hubo concentraciones y minutos de silencio y mientras todo eso pasaba, otras mujeres, en otros lugares, descubrían grietas en las paredes de sus vidas.

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