sábado, 29 de agosto de 2020

Cuentos de veranos - Agosto 2020, 10

El día que Andrés Revert firmó su contrato indefinido era viernes, últimos días de octubre, hacía frío. En aquel momento Andrés Revert tenía 31 años y llevaba tres años trabajando en la empresa. Ese día, al llegar a la fábrica su encargado le dijo que al final del turno subiera a la oficina y a él se le hizo eterna la jornada. Hacía poco más de un año que vivía con su pareja en un piso de alquiler y su chico se acababa de quedar sin trabajo. Al salir del despacho de Personal, inmediatamente le llamó, - Ángel, que me han hecho fijo.

Aquella noche Andrés y Ángel salieron a cenar, volvieron tarde a casa, follaron como locos y durmieron hasta casi mediodía del sábado. Ese día tenían comida en casa de los padres de Andrés y entradas para el partido de baloncesto del equipo local. Después del partido, Andrés le pidió matrimonio a Ángel mientras volvían paseando a casa. Ángel le dice que sí y le abraza, le besa, se besan, un beso largo y cálido en una noche larga y fría. El mundo se ha parado bajo sus pies, se siente como si estuvieran dentro de una botella de cristal flotando en medio del océano. De repente Andrés nota un golpe seco en su espalda que está a punto de hacerles caer a los dos, se gira y hay tres tipos mirándoles, - ¿qué coño hacéis mariconas de mierda?. Ángel se gira con idea de enfrentarlos pero Andrés tira de él…. Retroceden un poco. - Vámonos, no merece la pena dice Andrés, corren, la calle está desierta a pesar de no ser muy tarde todavía, corren sin mirar atrás, uno junto al otro y no paran hasta asegurarse de que ya no les siguen. Cuando llegan a casa a Ángel se le escapa una risa nerviosa, - joder, casi nos cazan, pero Andrés se pone a llorar, mezcla de rabia y miedo. Ángel lo tranquiliza y duermen abrazados. Andrés no le cuenta que el tío que les ha empujado trabaja en la fábrica con él.

A la mañana siguiente, Ángel quería ir a poner la denuncia por lo de la noche anterior, pero Andrés se niega, dice que lo único que van a conseguir es que también se rían de ellos en la comisaria y al final, Ángel desiste. El lunes, mientras Andrés está trabajando, Ángel vuelve a la calle donde les habían agredido, los busca, quiere encontrarlos, quiere humillarlos, lo intenta durante todos los días de esa semana y la siguiente, pero no consigue encontrarlos. Luego, poco a poco, se va olvidando.

Han pasado seis meses desde que hicieron fijo a Andrés en la empresa, para la semana que viene hay convocada una huelga para exigir mejoras de seguridad en la empresa. Ha habido un accidente que por suerte se quedó en un susto que obligó a parar la producción un par de horas, pero es la segunda vez que pasa. En la puerta de la fábrica Andrés se vuelve a ver cara a cara con el tipo que les empujó aquella noche, Andrés en el piquete, el tipo pretendiendo entrar a trabajar. Andrés no es capaz de sostenerle la mirada, pero el que no pueda entrar a trabajar se lo toma como una pequeña victoria.

El 90% de la plantilla ha secundado la huelga, y la empresa se ha visto obligada a negociar con el comité de empresa una serie de medidas. Está prevista una parada de mantenimiento para la semana siguiente y se aprovechará para instalar todas las medidas de seguridad acordadas. Es jueves y Andrés ha reservado mesa en el restaurante donde cenaron por primera vez juntos hace ya cinco años. Todos los años, ese día, Andrés reserva mesa en ese restaurante, todos los años Ángel hace como que no se acordaba de la fecha.

Apenas quedan un par de horas para que termine el turno, y se vuelve a producir un accidente, esta vez no ha habido tanta suerte, a un trabajador le ha atrapado el brazo una máquina, dicen que se lo ha arrancado de cuajo y que se lo han llevado al hospital nada más suceder. Las noticias que llegan a la fábrica son confusas, dicen que ha perdido mucha sangre. Cuando el médico sale para hablar con Ángel, él aprieta con fuerza la cajita con el anillo que lleva en el bolsillo mientras empieza a sentirse como dentro de una botella de cristal en medio del océano, una botella que se hunde, lentamente se hunde, toda la luz de la sala va desapareciendo poco a poco, hasta convertirse en un puntito insignificante, luego la oscuridad, la nada, el vacío.

domingo, 23 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 9

María Ferrando se puso de parto recién estrenado el otoño de 1994. Era una noche fría que se rompía con cada trueno. Dicen que llovió durante seis días. Esteban Fernández quiso que su primogénito se llamase Félix, como su padre.
El parto fue complicado y Félix Fernández Ferrando estuvo a punto de dejar viudo a su padre. Cuando su madre lo tuvo en brazos por primera vez lo apretó contra su pecho y lo llenó de besos, luego le miró la carita y no fue capaz de encontrarle parecido con nadie de la familia. Ella le miraba y él con sus ojitos de color caramelo clavados en los de ella, sin pestañear, con los labios torcidos en una sonrisa extraña. A María aquella mirada le agitó el pulso y sintió una pequeña opresión en el pecho, sin saber porqué, sintió miedo.

Félix crecía sano y fuerte, estaba enamorado de su padre que le enseñaba a chutar la pelota, que le leía cuentos de piratas y de magos cada noche antes de dormir, que le llevaba al parque todas las tardes a la vuelta del colegio. A veces, cuando María y Félix se quedaban solos, ella intentaba leerle un cuento, pero el niño se distraía con cualquier cosa y entonces ella se quedaba mirándolo y cuando Félix se daba cuenta dejaba de hacer lo que estuviera haciendo y la miraba a ella, y María dejaba de mirarle y tenía ganas de llorar, aunque nunca lo hizo delante del pequeño. Por la noche se lo contaba a Esteban que la tranquilizaba asegurándole que cualquier día sería ella la favorita de Félix y que no se preocupara. A veces, cuando Félix la miraba a los ojos, a ella se le helaba el corazón y sentía un miedo irracional y absurdo y pensaba en decírselo a Esteban, pero nunca lo hizo. Entonces veía a Félix jugar con Esteban, los veía reírse, abrazarse y en ese momento le gustaría comerse a besos a los dos y les preparaba la cena y cenaban los tres juntos.

Cuando Félix cumplió cinco años nació su hermanita Mercedes que se agarró a la teta de su madre nada más dejársela encima. María había convencido a Esteban para que la cuna de la pequeña estuviera en su habitación y así lo hicieron. María nunca dejaba sola a Mercedes, la ponía en el carro y la llevaba detrás de ella por toda la casa, a la cocina mientras preparaba la comida o la cena, al baño mientras se duchaba, cuando Félix quería jugar con la pequeña, ella se quedaba con ellos, los observaba, la pequeña se reía con las tonterías que le hacía su hermano.

Cuando Mercedes cumplió un año, Esteban convenció a María que sería bueno que la niña fuese a dormir a la habitación con su hermano.
- Si sigue durmiendo en nuestra habitación, Félix acabará por cogerle celos.

Esa noche María tardó en conciliar el sueño, se había acostumbrado a la presencia de su hija, a su respiración, a despertarse cuando se movía. A las tres y veinte minutos de la mañana, el golpe de una puerta que se cierra de golpe despierta a Esteban y María. Ella se levanta de un salto y acude a la habitación de los niños, mira dentro de la cuna, vacía, mira hacia la cama de Félix y se tropieza con sus ojos de color caramelo muy abiertos y una sonrisa de labios fríos que deja ver sus blanquísimos dientecitos. Debajo de la ventana abierta, una silla.

María intenta gritar, pero le fallan las fuerzas.

martes, 18 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 8

Sonó el teléfono y se le escurrió la botella entre los dedos, era de noche, bastante tarde, nunca llamaba nadie a esas horas, la botella de cristal estalló en millones de trocitos diminutos que se esparcieron por todos los rincones de la cocina, algunos trozos de cristal y algunas gotas de agua golpearon contras sus tobillos desnudos, contra sus pies, estaba descalza,
-dígame,
sintió el agua fría en sus pies,
- soy papá…

Cuando Alicia Gutiérrez y Gonzalo Prado se casaron, no pudieron hacer viaje de novios, más por falta de dinero que de tiempo. Él trabajaba en un almacén de lunes a viernes y en una cafetería los fines de semana, ella cosía en casa por encargo y limpiaba tres días por semana en una casa bien donde había servido ya su madre. Alicia y Gonzalo habían empezado a trabajar cuando todavía eran unos críos. Como no tenían casa en el pueblo, no tenían pueblo al que volver y como no tenían pueblo al que ir, nunca salieron de Valencia para irse de vacaciones.

Cuando nació Ana, Alicia tenía 25 años y Gonzalo 27, le pusieron Ana por la madre de Gonzalo, decidieron que no querían tener más hijos y no los tuvieron. Se desvivieron por darle a Ana todo lo que ellos no habían podido disfrutar y Ana, como si lo supiese, desde muy pequeña, aprovechó todas las oportunidades que la vida le iba presentando. Consiguió una beca y fue la primera persona de la familia en entrar en la universidad. Aunque Ana adoraba a los animales y sus padres siempre pensaron que estudiaría Veterinaria, finalmente ella se decidió por matricularse en Económicas. El padre nunca supo que la decisión la tomó el día que a su padre lo despidieron del trabajo. No lo vio llorar, pero lo escucho, un llanto apagado, silencioso, escondido, que se repetía cada día cuando su mujer se iba a trabajar y él se quedaba en casa. Tardó casi tres años en volver a trabajar y en ese tiempo envejeció veinte años. No pasaron hambre, pero sí miedo. Ana trabajaba los fines de semana y algunas tardes. Entre las dos llenaban la nevera y pagaban la hipoteca.

Ana iba aprobando las asignaturas en las que se matriculaba, algunos semestres tenía que coger menos para poder trabajar, pero necesitaba coger las suficientes para que le mantuviesen la beca. A veces, cada vez más a menudo, recordaba la frase que su padre le decía de niña, - si te esfuerzas, llegarás donde quieras llegar, ella al principio se lo creía, pero ya hacía tiempo que no. Había visto a su padre esforzarse como una bestia, trabajar de sol a sol, los siete días de la semana, y lo veía ahora en el sofá, triste, agotado, derrotado… - si te esfuerzas, llegaras donde quieras llegar.

Cuando Ana acabó la carrera no tenía un expediente brillante, tampoco podía dedicar más años a preparar una oposición, ni a hacer un máster, le ofrecían contratos temporales, con salarios bajos, pero los aceptaba, necesitaba experiencia, y mantenía los trabajos de fin de semana, y entre todo juntaba dinero para ayudar en casa y ahorrar un poco. Y pasaban los años y cambiaba de trabajo y sus padres se hacían mayores y se acostumbro a la incertidumbre, a la precariedad vital que suponía no poder hacer grandes planes y se alquiló un piso cerca de la casa de sus padres, un tercero sin ascensor, pero ella era joven todavía y el piso era pequeño, pero ella estaba sola y no tenía aire acondicionado, pero ella estaba acostumbrada porque el de sus padres tampoco tenía y se fue acostumbrando a vivir en un piso que iba a ser para una temporada que ya duraba 15 años y sus padres se jubilaron y cobraban la pensión mínima y su madre le decía que a ellos les sobraba, que ya tenían el piso pagado y Ana pensaba en aquella frase, - si te esfuerzas… y cuando estaba sola, se contestaba, -igual te comes una mierda, y lo decía en voz alta, para oírlo.

Ana había buscado una oferta por internet, un viaje de cinco días, temporada baja, a Mallorca. Sus padres nunca habían viajado en avión, en realidad, nunca habían viajado, Ana lo arregló todo, reservó el hotel , el desplazamiento del aeropuerto al hotel, todo. Sus padres estaban orgullosos de su hija, que tenía una carrera y un trabajo que ellos ni imaginaban lo mal pagado que estaba y ahora les había regalado un viaje a Mallorca. Tenían las maletas preparadas, salían al día siguiente, temprano y Ana les había dicho que durmiesen tranquilos, que ella pasaría a buscarles y les llevaría al aeropuerto y esa noche, a las doce menos cuarto sonó el teléfono y a ella se le resbaló la botella que tenía en la mano y los trozos de cristal golpearon su tobillos y sintió el agua fría en sus pies y mientras su padre intentaba hablar sin que le saliesen las palabras, Ana se puso a llorar.

jueves, 13 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 7

Les entregaron las llaves del piso tres meses antes de la boda, Pilar eligió los muebles, las cortinas, la vajilla, José Luis instaló las lámparas, puso rejas en las ventanas, - parece una cárcel, dijo Pilar riendo, - no podría soportar que algún extraño entrase en nuestra casa y te hiciese daño, dijo José Luis con la seguridad del que sabe lo que dice.
El día de la boda ella llevaba un vestido blanco precioso y un niño en el vientre. Él cuidó de que a ella no le faltara de nada, no se separaron en ningún momento… La noche de bodas él le pidió a ella que dejase el trabajo, y ella sin saber muy bien el por qué, aceptó.

Pocas semanas antes del nacimiento del pequeño Luis un grieta pequeña, casi imperceptible se abrió en la pared de su dormitorio. Era diminuta, nadie que no durmiera en aquella cama podría verla, pero Pilar la veía incluso sin mirarla. Luis pesó tres kilos y ochocientos gramos y tenía los mismos ojos que su padre. Pilar se enamoró de su hijo nada más verlo. José Luis, mostraba orgulloso a su hijo y cuando había gente le daba el biberón o le cambiaba el pañal, solo cuando había gente.

Todavía Luis no había cumplido dos meses cuando apareció otra grieta, más grande, más profunda, Pilar empezó a tener miedo, pero no se lo dijo a nadie y se refugiaba en la mirada de su hijo que era igual que la de su marido, pero sin maldad. Por las mañanas Pilar y Luis daban largos paseos y Pilar pensaba en tomar un camino diferente al de casa y entonces recordaba que había dejado el trabajo y que la pensión de viudedad de su madre apenas les llegaba a ella y su hermano, que llevaba cinco años en el paro, para comer. Y volvía a casa y se quedaba mirando aquellas grietas que solo ella veía.

José Luis empezó a invitar a amigos a cenar y Pilar cocinaba y todo el mundo envidiaba aquella casa tan bonita, decorada con tanto gusto y aquel niño tan guapo que tenía los mismos ojos que su padre. La primera vez que José Luis pegó a Pilar, Luis dormía la siesta y ella tuvo miedo incluso antes de que él levantase la mano, nunca la había mirado de aquella manera y por un momento pensó que si el niño no hubiese estado en su habitación dormidito ella habría salido corriendo, pero Luis dormía en su habitación y le dolieron más las palabras que los golpes y ella, en silencio para no despertar al pequeño, se esforzó por entender y no conseguía entender nada y se quedó tirada en el suelo del comedor cuando él se fue y los dejó encerrados en su propia casa y ella desde el suelo veía las rejas de la ventana y las grietas que ya llenaban todas las paredes y que nadie más que ella veía y por las que cabía un brazo y quién sabe si una vida.

No volvieron a salir ni a invitar a nadie hasta que a ella se le fueron las marcas de la paliza, José Luis le avisó de que si intentaba algo se arrepentiría y ella que apenas podía dormir a ratos por el día, mientras José Luis trabajaba y Luis dormía, intentaba no pensar para no temer. Pilar tenía más miedo por Luis que por ella y eso José Luis lo sabía y lo utilizaba y a ella le dolía la vida cuando su hijo le sonreía con esos ojos tan grandes y tan negros y tan iguales a los de su padre.
Pilar deseó la muerte de José Luis y aunque no creía en dios rezaba cada noche para que le ayudase, pero dios debía estar ocupado en otras cosas y a ella la movía más la desesperación que la fe. A veces, cuando José Luis estaba de buen humor y jugaba con el niño, ella soñaba con que las cosas volvieran a ser como cuando se conocieron, hasta que ella misma se daba cuenta que ella no conoció a su marido hasta el día que le levantó la mano por primera vez.

El día que los vecinos avisaron a la policía, Pilar había decidido que se iba, pero José Luis volvió del trabajo antes de lo habitual y ella que no creía en nada rezó a ese dios escurridizo que nunca está cuando le necesitas y cuando él le quitó al niño de los brazos ella gritó con todas sus fuerzas y la policía llegó demasiado tarde y en la televisión el vecino del segundo dijo que él era muy educado y que nunca antes les había oído reñir y Pilar se convirtió en un número en una estadística y hubo concentraciones y minutos de silencio y mientras todo eso pasaba, otras mujeres, en otros lugares, descubrían grietas en las paredes de sus vidas.

viernes, 7 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 6

Entraron al hotel directamente por el garaje, un ascensor y a la habitación, habían leído que era lo más discreto, que era muy improbable que se cruzaran con nadie y no se cruzaron con nadie. Entraron en la habitación, amplia, con una cama enorme y una bañera redonda en la que sobraba sitio para seis personas. Ella dijo, - la próxima vez podemos invitar a más gente- él se rió y le confesó que llevaba tiempo deseándolo.

Ella empezó a desnudarse, como si tuviese prisa y él la miró como si fuese la primera vez que la veía hacerlo. Al notar su mirada ella empezó a moverse más lentamente, jugó con la blusa antes de lanzársela, luego el sujetador, se cogió los pechos, eran grandes, bonitos, un poco caídos, los apretó entre sus manos mirando la reacción de él que sonreía mientras la miraba con deseo. Se quitó la falda y luego, muy despacio, el tanga, se lo lanzó y él se lo guardó en el bolsillo de la americana, a ella se le escapó una carcajada, oye, -¿qué le digo a mi marido si me ve llegar a casa sin bragas? Y mientras se lo preguntaba, se dejó caer a su lado en la cama, desnuda, con esa sonrisa de niña mala que tanto le gustaba a él. –Ahora te toca a ti.

Él se levanto, se quitó la camisa con la urgencia del que sabe que la tarde nunca dura lo suficiente y los pantalones y los bóxer y se acercó a ella, desnudo. Ella le cogió la polla con suavidad, la acarició mientras le miraba a los ojos, él le sonreía… -Esto no te lo hacen en casa, eh… Él se dejó hacer, y siguió jugando mientras aquello iba adquiriendo la textura que la situación aconsejaba y ella se levantó, se puso frente a él, muy cerca, podía sentirlo tan cerca como si lo tuviese dentro, cuando hablaba sentía su aliento en los labios y le gustaba, aplastó sus pechos contra el pecho de él y sus bocas se encontraron, ella la abrió y sus lenguas jugaron a buscarse, a encontrarse, y ella le mordió más fuerte de lo que pretendía y él lanzó un pequeño grito pero no se apartó, se pegó más a ella, la cogió por las nalgas y la presionó contra él y ella volvió a morder un poco más fuerte y él le dio un manotazo en el culo que ella celebró con un insulto ahogado por los labios de él. A él le salían unas gotitas de sangre del labio y ella las limpió con su lengua, -no sé cómo le vas a explicar esto a tu mujer, dijo ella entre risas. Él le dijo que ya se le ocurriría algo, que no se preocupara, -no se entera… y entonces fue ella quien le dio una palmada a él en el culo, fuerte, seca… y como si eso fuese una señal convenida, ambos se dejaron caer sobre la cama, abrazados y fue ella la que se puso sobre él, y no hizo falta que le guiase con la mano y él supo encontrar el camino y lo recorrió y ella se sentó sobre él, y se movió hasta sentirla dentro, entera, profunda, como una tabla de salvación o la encarnación de una gran esperanza. Se miraban a los ojos mientras lo hacían, se besaban, se tocaban con manos expertas, se volvían a besar y se reían e intentaron acabar a la vez pero no fue posible y aunque ella no vio una palmera de fuegos artificiales ni él creía morirse y nacer al mismo tiempo los dos disfrutaron y se quedaron abrazados en la cama, hablando, acariciándose, con los restos de la pasión repartidos por la piel y las sábanas y dejaron pasar una hora, sin hacer nada más que tocarse y sentirse.

Por la noche, durante la cena y después de haber acostado a sus hijos, ella, con esa sonrisa de niña mala que tanto le gusta a él, le pregunta por esa herida en el labio.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 5

Antonio Blanch y Ramón Puig se conocieron el primer día de clase del curso 1964-1965. Ambos estudiaban primero de Químicas y quiso el destino sentar a uno al lado del otro. Ninguno de los dos podía sospechar en aquel momento que sus vidas ya no se iban a separar. Antonio Blanch era el segundo de tres hijos, de familia acomodada, religiosa y conservadora. Ramón era hijo único, se había criado con su madre y una tía, ambas viudas desde que ejecutaron a sus maridos en la tapia del cementerio de Paterna.

Antonio y Ramón compartieron apuntes y tardes de estudio durante los cinco años de carrera. Compartieron también sus primeras borracheras y desamores. A Ramón le gustaba la sensibilidad de Antonio, a Antonio la valentía de Ramón. El primer trabajo de Ramón lo consiguió gracias a una recomendación del padre de Antonio. Con el primer sueldo, Ramón compró una lavadora automática para su madre y con el segundo dio la entrada para un coche.

El día que Antonio presentó a Luisa a sus padres, el padre desterró su miedo mal disimulado a que el niño acabase soltero y rodeado de invertidos. Su madre sopesó con tristeza el precio de su renuncia.

Con su coche nuevo, Ramón podía volver a casa todos los fines de semana, veía a su madre y a su tía, quedaba para cenar con Antonio y Luisa y luego, mientras apuraban la última copa, se confesaban entre risas lo que habían callado durante la semana. Aunque su madre siempre le dejaba la habitación preparada, Ramón nunca volvía a dormir a casa.

Antonio por aquella época ya ocupaba un puesto en la dirección de la empresa de su padre y su madre invertía todo su tiempo en organizar los detalles de la inminente boda. A Luisa le parecía bien todo lo que la madre de Antonio proponía y no tardó mucho en quererla como a una madre.

El día de la boda, Antonio quería que Ramón fuese uno de sus testigos, pero su padre se negó y Antonio cedió sin protestar demasiado. La novia estaba radiante y el novio tenía una nube de tristeza en los ojos que solo Ramón fue capaz de ver. La luna de miel por las islas griegas duró casi un mes. Antonio nunca había estado tanto tiempo lejos de Valencia y aunque estaba disfrutando del viaje, nunca le dijo a Luisa que tenía ganas de volver.

Ramón estuvo intentando durante años conseguir un puesto de químico en alguna empresa en Valencia, superaba los procesos de selección pero siempre había alguna dificultad que al final impedía que le dieran el empleo. Ramón nunca supo que detrás de esas dificultades siempre estuvo el padre de Antonio.

Cuando Ramón se jubiló se volvió a vivir a Valencia, a una calle cerca de donde vivían Antonio y Luisa. Muchas tardes quedaban los tres y daban largos paseos, tomaban algo en alguna cafetería y se divertían sin hacer nada. Algunas veces Antonio se iba solo mientras Ramón y Luisa se quedaban en casa de Ramón, tomaban café y recuperaban el tiempo perdido. Cuando caía la noche, Antonio recogía a Luisa de casa de Ramón y paseaban del brazo hasta su casa, felices. Sin amarse, se querían con locura.

lunes, 3 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 4

Pedro Costa nació un 3 de agosto de hace 44 años, en el momento de nacer se encontraba solo, ni siquiera su madre que llevaba diez años muerta asistió a su nacimiento. Pedro Costa nació una noche muy calurosa, con la única ayuda de una botella de tequila y un paquete de cigarrillos rubios.

Pocas semanas antes de su nacimiento, Pedro Costa era el hombre más feliz del mundo, tal vez suene exagerado, pero él estaba convencido de que era así. Tenía un empleo fijo que le gustaba y una mujer de la que estaba locamente enamorado. Tenía una hija pequeña que empezaba a hablar y que inventaba palabras que conseguían arrancarle la risa desde el estómago. Era hijo único y toda su familia, más allá de su mujer y su hija, eran sus amigos.

Cuando Pedro Costa recibió la noticia de la muerte de su mujer y su hija se encontraba en el laboratorio donde trabajaba, estaba consiguiendo los primeros resultados satisfactorios en los ensayos en los que llevaba meses trabajando. Nunca había pensado que la felicidad pudiera resultar tan frágil, tan escurridiza. Aquel día de finales de julio el sol se mostraba implacable y tenían previsto ir a la playa por la tarde.

En el hospital el médico le dijo que la muerte había sido instantánea, que no habían sufrido y Pedro Costa pensó que eso debería consolarle, pero no existía consuelo para él. Ni siquiera tenía a nadie a quien culpar, el accidente había sido como consecuencia de un descuido de su mujer y se metieron debajo de aquel camión y lo único que él lamentaba más que la muerte de su mujer y su hija era el no ir él en el coche con ellas.

Al tanatorio solo acudieron un par de compañeros suyos del trabajo y la familia de su mujer con la que Pedro no tenía apenas relación. La ceremonia fue sencilla y Pedro no quiso recoger las urnas, como si esa negativa pudiera cambiar algo. Pedro volvió solo a una casa que estaba llena de ellas y le dolía tanto la vida que le costaba respirar atrapado en un llanto seco y sin lágrimas.

Pasaron cinco días antes de que la ambulancia lo sacara de su casa, no recordaba haber comido nada en ese tiempo, pero se había bebido todo lo que tenía por mueble de los licores, un par de botellas de whisky, ginebra, vodka, vino, tequila. Ni siquiera lo mezclaba con refrescos, bebía hasta caer dormido, se despertaba empapado de sudor y alcohol y ese dolor que no le dejaba respirar seguía, y soñaba con su hija y con su mujer y bebía y recordaba.

Cuando lo encontraron tirado en el comedor tenía una herida superficial en la cabeza, ni la pistola era la adecuada ni su puntería la necesaria. Pedro Costa volvió a nacer esa noche, era 3 de agosto y tenía 37 años.

Hoy, 44 años después de aquel 3 de agosto, en otra ciudad sin playa, entierran a Pedro Costa, que ha fallecido de infarto a los 81 años dejando mujer, tres hijos y una nieta pequeña que empieza a hablar y se inventa palabras y le arranca a su abuelo la risa desde el estómago. 


domingo, 2 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 3

El Sr. García trabajaba desde hacía algo más de treinta y cinco años en una sucursal del Banco de Santander, entró recién acabada la carrera de económicas y no había trabajado en ningún otro sitio antes. Era una persona tímida pero amable. No se podía decir que tuviese una relación de amistad con ninguno de sus tres compañeros de trabajo, con los dos más jóvenes, un chico y una chica apenas hablaba cuando no lo exigía el trabajo, con el Sr. Ábalos, director de la oficina y apenas dos años más joven que él, la relación era tan cordial como fría. Llevaban más de quince años trabajando juntos y fuera del horario laboral eran dos perfectos desconocidos.
El Sr. García no estaba casado, o al menos eso pensaban sus compañeros, nunca hablaba de sus vacaciones o de sus fines de semana, desayunaba todos los días lo mismo, en el mismo bar y a la misma hora. No se le conocían aficiones ni amigos.
El Sr. García acudía caminando al trabajo, seguramente vivía cerca. Nunca había solicitado un préstamo, ni para comprar un piso, ni un coche, ni electrodomésticos. Su nómina se ingresaba en la única cuenta que tenía, los gastos eran siempre los mismos, los típicos, luz, agua, gas, teléfono y disposiciones en efectivo de cantidades idénticas tres veces al mes.
El Sr. García no tenía tarjeta de crédito, ni de débito, tampoco tenía teléfono móvil. Solía vestir con corrección, combinando bien los colores, más oscuros en otoño e invierno y más claros en primavera y verano, usaba corbata cuando el banco obligaba a hacerlo y continuó usándola cuando dejó de ser obligatorio.
El Sr. García conocía de memoria los números de cuenta de los clientes habituales de la sucursal en la que trabajaba. Conocía sus nombres y apellidos y cualquier otro dato que el cliente hubiese comentado de manera despreocupada mientras le actualizaba la libreta o le entregaba el resguardo del ingreso.
El Sr. García llevaba veinte años preparando el asalto al banco en el que trabajaba, en su casa tenía anotadas todas las cosas que él consideraba importantes para que el golpe fuese limpio y efectivo. Conocía perfectamente los movimientos y las reacciones que podía esperar de cada uno de sus compañeros, actuaría solo, como un lobo estepario, sabía las claves de la caja fuerte, los días que había más dinero en efectivo, el tiempo de que dispondría, cuanto tardarían en descubrir que la caja estaba vacía, como sacar el dinero del banco sin llamar la atención de nadie. Estaba todo minuciosamente calculado para que nadie pudiese sospechar de él.  
El Sr. García pensaba llevar a cabo el robo unas semanas antes de jubilarse, estaba todo pensado para  nadie pudiese pensar en él como el artífice. Luego unos días de trabajo más y podría desaparecer sin levantar ninguna sospecha, nadie se acordaría de él una semana después de dejar el trabajo, nadie le llamaría ni le buscaría. Podría cambiar de ciudad o de país sin levantar sospechas.
El Sr. García se levantó a la misma hora que todos los días, se vistió despacio, como siempre, mientras repetía mentalmente los movimientos que haría unos minutos más tarde, camino del banco un chico con una bicicleta se abalanzó sobre él, el Sr. García rodó por el suelo y el chico le quitó la cartera y le golpeó la cara con fuerza.

El Sr. García llegó tarde al trabajo por primera vez en algo más de treinta cinco años, con la cara amoratada y sangre en la camisa. Dentro de la sucursal la policía interrogaba a sus compañeros, habían robado la caja fuerte, no había sido forzada, los ladrones debían tener un colaborador dentro – dijo el sargento. 

Josep Renau, algo más que un artista | cultier

sábado, 1 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 2

Tenía que pagar el alquiler, era el último día y ya debía dos meses, el casero se lo había dejado muy claro, - Pablo, el día 1 del mes que viene, ni un día más, de lo contrario tendrás que abandonar el piso-.
Metió la mano en el bolsillo y sacó su vieja billetera, doscientos cuarenta euros y algunas monedas sueltas. No le llegaba para pagar ni medio mes y tampoco se sentía con ganas de inventar nuevas excusas. El casero era un buen hombre, viudo, sin hijos, y le cobraba un precio razonable y siempre se mostró comprensivo cuando los pagos se retrasaban. Podía dejar pasar unos días, intentar juntar el dinero suficiente, le horrorizaba la idea de dormir en un albergue rodeado de extraños a los que la vida no había tratado demasiado bien.
Entró en una bodega y compró una botella de vino, primero miró los más baratos, pero al final se decidió por un vino francés, 80 euros, nunca había probado un vino francés. El bodeguero le sonrió mientras metía la botella en una bolsa de papel, Pablo le pidió que la descorchase, el bodeguero no pudo disimular su cara de sorpresa, - es un vino extraordinario le dijo, debería dejarlo que se oxigene unos minutos antes de beberlo-, pero no había acabado la frase cuando él ya estaba bebiendo directamente de la botella. – Ciertamente es un vino extraordinario, corroboró con una irónica sonrisa sin apartar sus ojos de los del bodeguero.
Salió de la bodega y caminó sin un destino definido.  Pensó que un poco de queso iría bien con aquel vino y buscó una tienda abierta donde comprarlo, todavía le quedaba suficiente dinero incluso para comprar otra botella igual y no pudo evita soltar una carcajada que asustó a una mujer que pasaba en ese momento a su lado.  Estaba sentado en un banco en el parque comiendo queso y bebiendo vino cuando se le acercó una mujer con una niña pequeña, - mi hija tiene hambre le dijo y él le ofreció queso a la niña y vino a la madre sin preguntarles los nombres. A ella el vino no le pareció nada del otro mundo y a él, sin saber porqué, ese comentario le produjo un poco de tristeza.
Al acabar, el les dijo que quería comprar otra botella del mismo vino y ellas le acompañaron, por el camino entraron en una zapatería y él compró unos zapatos para la niña que por un momento pensó que le gustaría que aquel hombre fuese su padre y los tres juntos caminaron, sin que ellas lo supieran, hacia la casa del casero. La niña iba con mucho cuidado para no pisar charcos ni ensuciar sus zapatos. En la puerta se despidieron pero ni ellas querían irse ni él quería que se fuesen. Cuando abrió la puerta, Pablo le ofreció la botella de vino y el casero les invitó a pasar. Se sentaron todos en el comedor, la mesa era grande, de madera oscura, robusta, había una chimenea que parecía que nunca se había usado y los utensilios para mover los troncos de leña y retirar las cenizas estaban nuevos, limpios, brillantes.

El casero trajo tres copas y un vaso de refresco de limón y le pidió disculpas a Pablo por la última vez que hablaron, por el ultimátum del alquiler y mientras miraba con extrañeza la ropa de la mujer y la niña, vieja y muy desgastada. Al casero el vino le pareció extraordinario y justo cuando se llenaba por segunda vez la copa, Pablo dejo caer sobre su cabeza la tenaza de hierro de la chimenea. El vino se derramó por el suelo, la niña dejó suavemente el vaso de limonada vacío sobre la mesa y señalándolo dijo, - quiero más.

 Archivo:Van Gogh - Trauernder alter Mann.jpeg - Wikipedia, la ...

Cuentos de verano - Agosto 2020, 1


Hacía meses que soñaba con aquel día, había imaginado más de mil veces como sería, se acercaba a él con cualquier excusa, iniciaba una conversación que fluía sola, que les llevaba por atajos que ya había dibujado, que arrancaba sonrisas y complicidades, luego el miedo a que nada sucediese así, vuelta a empezar, un mordisco en la pared del estómago, cualquier pretexto para no dar el paso, el terror a un rechazo que acabara con aquel amor que solo existía en su cabeza. 


Al final fue la casualidad quien tomó la iniciativa, un pequeño accidente que hizo rodar por el suelo su carpeta mal cerrada, que los papeles se esparcieran y algunos fueran junto a sus pies, un reflejo exento de intención y una sonrisa tensa en el momento de entregárselos, - gracias, dijo él mientras le sonreía, nunca habían estado tan cerca, noto un olor un punto dulzón que no esperaba, y pensó que de cerca todavía era más guapo. Y fue él quien sin que le preguntase le contó la importancia de aquellos papeles, el tiempo que le había llevado escribirlos, las horas de investigación que atesoraban, y lo hacía con la sonrisa de quien habla sobre un tema que le apasiona y hablaron mucho más tiempo del que la gratitud exige en circunstancias como aquella y aquella noche, en la soledad de su habitación recordaba las palabras, el contacto indirecto a través de aquellas hojas que no eran nada y eran tanto, su sonrisa, aquel olor dulzón que desprendía que le sorprendió pero que le gustaba porque era él y durmió toda la noche del tirón, como hacía años que no lo conseguía, como si aquel encuentro hubiese sido una victoria anhelada hace años y en cierta medida lo era. 


Volvía cada mañana a la misma cafetería, intentaba sentarse en la misma mesa, esperaba que él llegara y normalmente lo hacía unos minutos después, se sonreían y él se acercaba, el primer día le pidió permiso para compartir mesa, el resto ya no hizo falta, y fue descubriendo que estaba casado y no le importó y que tenía una hija de 10 años y tampoco le importó y así se fue construyendo poco a poco un amistad asimétrica.

Habían quedado para comer, los dos, era la primera vez, hacía meses que soñaba con aquel día, había imaginado más de mil veces como sería, había pensado en varios restaurantes, - ¿qué tipo de comida le gustaría?, pensó que había muchas cosas de él que todavía no sabía, lo vio llegar, lo encontró especialmente atractivo, como si hubiese elegido la ropa para aquella ocasión, una ocasión especial, subieron a su coche y condujo sin preguntar donde iban, sin decir donde iban, y solo la radio rompía el muro de silencio que se había levantado entre los dos, como si ninguno encontrase las palabras, conscientes de que lo que estaban haciendo supusiera un punto de inflexión en su recién estrenada amistad, como si tuviesen miedo de romper algo todavía demasiado frágil. Mientras aparcaba delante de un restaurante él le dijo que nunca había estado con otro hombre desde que se casó. No pidieron postre. 

sábado, 4 de abril de 2020

MicroRelatos en estado de alarma




Una colección de MicroRelatos para escapar del tiempo...

14/03/2020
El estado de alarma decretado por el Gobierno obligó a todo el mundo a quedarse en casa. Los días iban pasando y la gente experimentó la extraña sensación de empezar a conocerse a sí mismos. Muchos no pudieron soportarlo. #MicroRelato

17/03/2020
Se levantó, preparó café mientras escuchaba el silencio, miró por la ventana, la calle estaba negra, vacía, el tiempo se había parado hacía ya demasiado tiempo, el reloj marcaba la misma hora que cuando se acostó, empezó a ser consciente, su vida se había parado. #MicroRelato

Imagen

18/03/2020
Se levanta temprano, calienta un poco de café que quedaba en la cafetera y lo bebe lentamente. Se viste despacio, coge el abrigo y el bolso, se acerca a la puerta y allí, junto a la puerta cerrada se sienta en el suelo y espera. Otro día más y ya van muchos, espera. #MicroRelato

Imagen

20/03/2020
Ya no recordaban las semanas que habían pasado, hacía mucho tiempo que habían perdido la cuenta. La noticia del fin del aislamiento les generó sentimientos confusos. Abrieron la puerta, se cogieron de la mano mirándose a los ojos, una sonrisa y cerraron la puerta. #MicroRelato

Imagen

21/03/2020
Había librado mil batallas durante sus 60 años, las últimas habían sido especialmente complicadas, eran por dentro, otros ponían la técnica y los conocimientos, él su optimismo y sus ganas de vivir. Su última victoria era reciente y de nuevo, otra vez a la guerra. #MicroRelato

Imagen

25/03/2020
Salió del agua y se tumbó en la arena, el sol acariciaba su piel con la suavidad de las seis de la tarde, el sonido del mar lo llenaba todo... Cerró el libro y se asomó a la ventana. El viento, la lluvia, la calle vacía, la cuarentena, los pies llenos de arena. #MicroRelato

Imagen

29/03/2020
Dos amigas, una cabaña y un fin de semana sin maridos por delante. Una botella de vino tinto y la noche se pasó entre copas y confesiones, las risas se volvieron abrazos, los abrazos caricias y las caricias besos. Hoy hace tres años que empezó ese fin de semana. #MicroRelato

Imagen

30/03/2020
Jugaba entre maderas, cables y martillos y así aprendió a construir sus propios juguetes, su propio mundo. Creció comiendo de lo que había y había poco. Descubrió que la dignidad y la honradez son la herencia de los nadie. Hoy ese niño cumple 80 años - y es mi padre. #MicroRelato

Imagen

04/04/2020
Miguel y Maria tuvieron un noviazgo corto y una boda discreta. La pasión de los primeros años dio paso al frío cariño, los juegos de cama acabaron por convertirse en un recuerdo lejano. Él está cansado, ella triste. Sobre la mesilla de noche un papel, Querido Miguel: #MicroRelato

Imagen

















10/04/2020
Eran ya siete meses de confinamiento, la soledad se había ido colando en cada rincón de su casa, de su alma. Recordaba los veranos en la playa, el olor de la crema solar, ella a su lado, su risa, sus caricias, sus besos. Y así, inventando recuerdos pasaba las noches. #MicroRelato

Imatge

11/04/2020
Le despertó el ruido de la ducha, la persiana apenas dejaba entrar un raquítico hilo de luz, buscó su teléfono móvil para ver la hora, seis llamadas perdidas de su mujer. Intentaba construir una excusa creíble mientras se vestía. ¿No te duchas?, le pregunto él. #MicroRelato

Imatge