domingo, 2 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 3

El Sr. García trabajaba desde hacía algo más de treinta y cinco años en una sucursal del Banco de Santander, entró recién acabada la carrera de económicas y no había trabajado en ningún otro sitio antes. Era una persona tímida pero amable. No se podía decir que tuviese una relación de amistad con ninguno de sus tres compañeros de trabajo, con los dos más jóvenes, un chico y una chica apenas hablaba cuando no lo exigía el trabajo, con el Sr. Ábalos, director de la oficina y apenas dos años más joven que él, la relación era tan cordial como fría. Llevaban más de quince años trabajando juntos y fuera del horario laboral eran dos perfectos desconocidos.
El Sr. García no estaba casado, o al menos eso pensaban sus compañeros, nunca hablaba de sus vacaciones o de sus fines de semana, desayunaba todos los días lo mismo, en el mismo bar y a la misma hora. No se le conocían aficiones ni amigos.
El Sr. García acudía caminando al trabajo, seguramente vivía cerca. Nunca había solicitado un préstamo, ni para comprar un piso, ni un coche, ni electrodomésticos. Su nómina se ingresaba en la única cuenta que tenía, los gastos eran siempre los mismos, los típicos, luz, agua, gas, teléfono y disposiciones en efectivo de cantidades idénticas tres veces al mes.
El Sr. García no tenía tarjeta de crédito, ni de débito, tampoco tenía teléfono móvil. Solía vestir con corrección, combinando bien los colores, más oscuros en otoño e invierno y más claros en primavera y verano, usaba corbata cuando el banco obligaba a hacerlo y continuó usándola cuando dejó de ser obligatorio.
El Sr. García conocía de memoria los números de cuenta de los clientes habituales de la sucursal en la que trabajaba. Conocía sus nombres y apellidos y cualquier otro dato que el cliente hubiese comentado de manera despreocupada mientras le actualizaba la libreta o le entregaba el resguardo del ingreso.
El Sr. García llevaba veinte años preparando el asalto al banco en el que trabajaba, en su casa tenía anotadas todas las cosas que él consideraba importantes para que el golpe fuese limpio y efectivo. Conocía perfectamente los movimientos y las reacciones que podía esperar de cada uno de sus compañeros, actuaría solo, como un lobo estepario, sabía las claves de la caja fuerte, los días que había más dinero en efectivo, el tiempo de que dispondría, cuanto tardarían en descubrir que la caja estaba vacía, como sacar el dinero del banco sin llamar la atención de nadie. Estaba todo minuciosamente calculado para que nadie pudiese sospechar de él.  
El Sr. García pensaba llevar a cabo el robo unas semanas antes de jubilarse, estaba todo pensado para  nadie pudiese pensar en él como el artífice. Luego unos días de trabajo más y podría desaparecer sin levantar ninguna sospecha, nadie se acordaría de él una semana después de dejar el trabajo, nadie le llamaría ni le buscaría. Podría cambiar de ciudad o de país sin levantar sospechas.
El Sr. García se levantó a la misma hora que todos los días, se vistió despacio, como siempre, mientras repetía mentalmente los movimientos que haría unos minutos más tarde, camino del banco un chico con una bicicleta se abalanzó sobre él, el Sr. García rodó por el suelo y el chico le quitó la cartera y le golpeó la cara con fuerza.

El Sr. García llegó tarde al trabajo por primera vez en algo más de treinta cinco años, con la cara amoratada y sangre en la camisa. Dentro de la sucursal la policía interrogaba a sus compañeros, habían robado la caja fuerte, no había sido forzada, los ladrones debían tener un colaborador dentro – dijo el sargento. 

Josep Renau, algo más que un artista | cultier

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