sábado, 1 de agosto de 2020

Cuentos de verano - Agosto 2020, 2

Tenía que pagar el alquiler, era el último día y ya debía dos meses, el casero se lo había dejado muy claro, - Pablo, el día 1 del mes que viene, ni un día más, de lo contrario tendrás que abandonar el piso-.
Metió la mano en el bolsillo y sacó su vieja billetera, doscientos cuarenta euros y algunas monedas sueltas. No le llegaba para pagar ni medio mes y tampoco se sentía con ganas de inventar nuevas excusas. El casero era un buen hombre, viudo, sin hijos, y le cobraba un precio razonable y siempre se mostró comprensivo cuando los pagos se retrasaban. Podía dejar pasar unos días, intentar juntar el dinero suficiente, le horrorizaba la idea de dormir en un albergue rodeado de extraños a los que la vida no había tratado demasiado bien.
Entró en una bodega y compró una botella de vino, primero miró los más baratos, pero al final se decidió por un vino francés, 80 euros, nunca había probado un vino francés. El bodeguero le sonrió mientras metía la botella en una bolsa de papel, Pablo le pidió que la descorchase, el bodeguero no pudo disimular su cara de sorpresa, - es un vino extraordinario le dijo, debería dejarlo que se oxigene unos minutos antes de beberlo-, pero no había acabado la frase cuando él ya estaba bebiendo directamente de la botella. – Ciertamente es un vino extraordinario, corroboró con una irónica sonrisa sin apartar sus ojos de los del bodeguero.
Salió de la bodega y caminó sin un destino definido.  Pensó que un poco de queso iría bien con aquel vino y buscó una tienda abierta donde comprarlo, todavía le quedaba suficiente dinero incluso para comprar otra botella igual y no pudo evita soltar una carcajada que asustó a una mujer que pasaba en ese momento a su lado.  Estaba sentado en un banco en el parque comiendo queso y bebiendo vino cuando se le acercó una mujer con una niña pequeña, - mi hija tiene hambre le dijo y él le ofreció queso a la niña y vino a la madre sin preguntarles los nombres. A ella el vino no le pareció nada del otro mundo y a él, sin saber porqué, ese comentario le produjo un poco de tristeza.
Al acabar, el les dijo que quería comprar otra botella del mismo vino y ellas le acompañaron, por el camino entraron en una zapatería y él compró unos zapatos para la niña que por un momento pensó que le gustaría que aquel hombre fuese su padre y los tres juntos caminaron, sin que ellas lo supieran, hacia la casa del casero. La niña iba con mucho cuidado para no pisar charcos ni ensuciar sus zapatos. En la puerta se despidieron pero ni ellas querían irse ni él quería que se fuesen. Cuando abrió la puerta, Pablo le ofreció la botella de vino y el casero les invitó a pasar. Se sentaron todos en el comedor, la mesa era grande, de madera oscura, robusta, había una chimenea que parecía que nunca se había usado y los utensilios para mover los troncos de leña y retirar las cenizas estaban nuevos, limpios, brillantes.

El casero trajo tres copas y un vaso de refresco de limón y le pidió disculpas a Pablo por la última vez que hablaron, por el ultimátum del alquiler y mientras miraba con extrañeza la ropa de la mujer y la niña, vieja y muy desgastada. Al casero el vino le pareció extraordinario y justo cuando se llenaba por segunda vez la copa, Pablo dejo caer sobre su cabeza la tenaza de hierro de la chimenea. El vino se derramó por el suelo, la niña dejó suavemente el vaso de limonada vacío sobre la mesa y señalándolo dijo, - quiero más.

 Archivo:Van Gogh - Trauernder alter Mann.jpeg - Wikipedia, la ...

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