Pensar que aumentar la lista del
paro es un objetivo de la derecha económica y política de este país sería tan
absurdo como no darse cuenta que es un medio. Un alto volumen de desempleo genera un estado de ánimo colectivo pesimista,
derrotista, intensifica, dependiendo del grado de regulación existente en cada
uno de los mercados de trabajo, el juego entre la demanda y la oferta de
trabajo, y con ello produce un deterioro de las condiciones de trabajo, y construye
todo un relato alrededor del mundo del trabajo que criminaliza al parado y,
curiosamente, también a los trabajadores con condiciones de trabajo dignas.
No es nueva esa lógica de “no te
quejes, tú al menos tienes trabajo” o en su versión reflexiva “bueno, no es lo
que me gustaría, pero seguro que con el tiempo mejora”. El tiempo, que suele
cicatrizar algunas heridas, tanto del cuerpo como del alma, se presenta, de
manera engañosa, también en el mercado laboral, como un antídoto al problema del
paro y la precariedad. Es cuestión, se repite desde altas instancias económicas,
de formarse, de empezar a trabajar, sin importar las condiciones de entrada. Lo
demás, ser fijo, tener derechos, es cuestión de tiempo. Pues bien, esto no funciona
así en el ámbito de los derechos sociales. En este terreno los cambios sólo se
producen en base a una buena dosis de lucha y reivindicación mantenida, eso sí,
en el tiempo. Sin esta terca búsqueda de mejoras sociales y laborales, los
trabajadores y trabajadoras perderán, como algunos han descubierto estos
últimos años, los derechos conquistados tras muchos esfuerzos durante décadas.
Acabamos de dejar atrás 2015, un
año en el que algunos apuntan el inicio de la recuperación económica mientras
otros denunciamos que ésta no será tal hasta que no llegue a casa de los
trabajadores y trabajadoras (tengan o no trabajo). En el País Valencià y en el conjunto del
estado español comienza a crearse empleo, un dato que visto así, aislado de
cualquier otro análisis, podría parecer positivo. Si observamos cuántos han
desistido de buscar trabajo, los que han tenido que irse a buscarlo al
extranjero, y, a todo ello añadimos, el tipo de empleo que se genera, la
duración de los contratos, las condiciones de trabajo, los salarios, etc. la
valoración, sinceramente, dista mucho de ser tan positiva como algunos
pretenden apuntar.
El haber mantenido, durante tan
largo periodo de tiempo como el que llevamos con esta crisis, unos niveles tan
altos de desempleo , unido a un sistema de protección muy poco generoso, ha
hecho caer estrepitosamente, tanto el volumen de población desempleada cubierta
por el sistema, como las cuantías medias de la prestación recibida. Este
contexto es esencial para explicar, no sólo el aumento del volumen de trabajadores
desanimados que no tienen esperanzas en encontrar un empleo, o de aquellos cuya
única salida laboral la encuentran emigrando a otros países, sino el fuerte
deterioro que han sufrido las condiciones de empleo, y como extensión de ello, el aumento de los
niveles de pobreza y desigualdad. En resumen, personas trabajadoras más
vulnerables y por ende más sumisas.
Los que durante estos últimos
años han cargado contra el sindicalismo utilizando para ello todos los medios a
su alcance (que son muchos), se ven hoy recompensados con este mercado de
trabajo totalmente degradado. Recuperar derechos (y conquistar otros nuevos) y
con ellos calidad de vida para la clase trabajadora, no es una tarea fácil, y para
poder llevarla adelante, los primeros que deberían convencerse que es
absolutamente necesario ponerse a ello, son los propios trabajadores y
trabajadoras, que a través de su acción y organización, son los únicos capaces dotar
al sindicalismo de la utilidad que ha tenido, que tiene y que debe seguir
teniendo.
Deberíamos revisar, desde las
organizaciones sindicales en general y desde las CCOO en particular, las
razones por las cuales la mayoría de trabajadores y trabajadoras no participan
de esta necesidad de organizarse para luchar por sus propias condiciones de
trabajo/condiciones de vida. Y una vez revisados elementos importantes, como
una legislación laboral que impide la celebración de elecciones sindicales en
la inmensa mayoría de centros de trabajo de nuestro país (generando desafección
respecto a los sindicatos de esos trabajadores), una legislación que ya ni
siquiera garantiza (como hacía hasta 2012) la aplicación del convenio colectivo
sectorial en las pequeñas empresas (que son la mayoría), un modelo de negociación
colectiva de eficacia general con su cara y su cruz ya que permitía por una
parte extender los efectos del convenio a la totalidad de los trabajadores pero
que ha potenciado la falta de implicación de los trabajadores en la negociación
y en la construcción y fortalecimiento de los sindicatos, una excesiva
fragmentación de la clase trabajadora que no siempre ha sido atendida de la
mejor de las maneras posibles por parte del sindicato o incluso un lenguaje que
muchas veces en lugar de actuar como un pedagógico puente de información y de
reflexión se ha convertido en una barrera entre la organización y la clase a la
que representa.
Hay más elementos, muchos más,
sin duda tan importantes como los enunciados, y del análisis de todos ellos
debe surgir la propuesta, una propuesta sindical sobre el fondo y sobre la
forma, que nos permita recuperar no sólo el prestigio, sino también la
proximidad, que haga que el mensaje no lo sea del sindicato hacia sus
afiliados, sino de sus afiliados al conjunto de la sociedad.
Por resumirlo en unas pocas
palabras, tal y como dijo Antonio Gramsci:
"Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda
vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro
entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra
fuerza".
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