jueves, 25 de julio de 2019

A vueltas con el SMI


Pensar que el aumento del SMI (o incluso su existencia) es un elemento que afecta negativamente al mercado de trabajo y, concretamente, a las posibilidades de empleo de los colectivos menos cualificados, supone situarse en el marco teórico (la realidad es bien distinta) de análisis de económico neoliberal que hace recaer en el salario (y los sindicatos que lo defienden) la responsabilidad del escaso volumen de empleo: las pretensiones salariales de la clase trabajadora y las organizaciones sindicales que la representan son las causantes del desempleo (y de otros “males”). Según esta tesis, en un mercado “libre” de trabas (siguiendo a Isaiah Berlin en su concepto de libertad negativa), el desempleo siempre sería voluntario, no existiría el paro forzoso (en todo caso algo de paro friccional).  Desde esta tesis no sólo se critica un SMI impuesto por el poder político, sino también de los salarios mínimos “impuestos” (seguimos con un concepto de libertad muy neoliberal) por la negociación colectiva. Hablar negativamente de salarios mínimos, sean generales o negociados, no deja de atacar de forma directa a los sindicatos que los exigen y negocian.

El SMI no es un obstáculo al crecimiento del volumen de empleo de una economía, sino un impedimento a la generación de empleo de baja calidad. El salario no solo es un coste empresarial que determina indirectamente y parcialmente la demanda de empleo, sino el principal medio de vida, el instrumento primario de participación en el reparto de la riqueza y, por lo tanto, de integración social, de la inmensa mayoría de la población (asalariada). El SMI impide, y eso sí es verdad, generar empleo de una alta precariedad, con salarios insuficientes para poder vivir, para tener una vida digna (se olvida muchas veces esta pequeña insignificancia).  Por cierto, tampoco esta alta precariedad (incluidos los bajos salarios) está unida a la “baja cualificación” (teoría del capital humano), sino a la conformación social de ciertos colectivos que tienen por distintos motivos una muy baja capacidad de negociación y/ o que trabajan en sectores escasamente regulados, donde su cualificación no es valorada ni a veces reconocida (mujeres, jóvenes, inmigrantes).

Atendiendo a los factores que determinan la demanda de trabajo (por parte de las organizaciones empleadoras públicas o privadas), en primer lugar aparece la producción de bienes y servicios, es decir, la demanda de trabajo es una demanda derivada de una necesidad productiva.  En segundo lugar, esta demanda será mayor o menor en función de la tecnología más o menos intensiva en trabajo elegida por la persona empresaria y ésta es consecuencia de la relación existente entre el precio del trabajo (salario) y el precio del capital.  Pues bien, un aumento del salario mínimo (general o de convenio) es un aliciente a la elección de tecnologías más intensivas en capital, más productivas (esto hasta lo reconoce Von Hayek, uno de los padres del neoliberalismo, relacionando a los sindicatos con los altos salarios y la atracción de capital).


El aumento del SMI es una palanca para conseguir mayores niveles de cohesión social, para conseguir un mayor crecimiento de los salarios negociados más bajos y además es un dinamizador del cambio hacia un modelo productivo de mayor valor añadido. Esta fue precisamente una de las medidas estrella del modelo sueco (Renh-Meidner) de relaciones laborales allá por los años cincuenta del siglo pasado.



Entrada escrita por Vicente López Martínez y Jaume Mayor Salvi

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