martes, 2 de agosto de 2016

La cara oculta del paro

Poco importa que miremos los datos publicados esta misma mañana del paro registrado o los que conocimos la semana pasada de la Encuesta de Población Activa (EPA), detrás se esconde una realidad con dos rostros.

Por una parte, el rostro de la desesperación en las alrededor de cuatro millones de personas que, expulsadas del mercado laboral, lo están pasando realmente mal, muchas de ellas mal viviendo en el umbral de la pobreza, otras, lamentablemente, ya lo han traspasado. Estas personas que observan con estupor el baile de cifras, los cientos de miles de contratos que se firman un mes tras otro, esos contratos que nunca llevan su nombre, pero que se firman, manteniendo un volumen exagerado de trabajadoras y trabajadores en la precariedad más absoluta, pendiente de una renovación que dependerá no ya de la situación económica general, ni siquiera de la situación económica de la empresa que los contrata, sino del capricho del empleador en la mayoría de las ocasiones. Resulta complicado entender, que ese puesto de trabajo que existía cuando el (o ella) llegó a la empresa, que lleva ocupando cerca de tres años, enlazando un contrato temporal con otro, y que seguirá existiendo mañana, cuando después de no renovarle el contrato, ni hacerlo indefinido (como debería haber sucedido desde el primer contrato), sea ocupado por otra persona, que vivirá uno de sus días más felices en mucho tiempo, al incorporarse por primera vez, o al volver a tener trabajo tras muchos meses, puede que algún año, de frecuentar oficinas de empleo y anuncios en periódicos y páginas web especializadas. Una felicidad que se sabe será efímera y cuya cuenta atrás comienza desde el mismo día de la firma. Trabajadores y trabajadoras de usar y tirar, material consumible, como el papel de oficina, un apunte más en la cuenta de gastos, no demasiado diferente a cualquier otro tipo de recurso.

Por otra parte, el rostro de una economía enferma. Una determinada política económica que ha apostado, de nuevo, por buscar atajos ya transitados y que por tanto se convierte en una apuesta no sólo arriesgada, sino suicida desde el punto de vista social. La creación de empleo, bastante insuficiente y estacionalizada, se caracteriza por la precariedad en una doble vertiente, por un lado precariedad en cuanto al tipo de contrato, el temporal frente al indefinido, por otro lado precariedad en cuanto a las condiciones, parcialidad involuntaria frente a jornada completa y unos salarios comparativamente más bajos. Estas características explican que aún con incrementos en la contratación, con reducción del paro o con incrementos en la afiliación a la Seguridad Social, siga produciéndose una caída en la recaudación de cotizaciones, lo que se explica fundamentalmente por la escasa calidad de las nuevas contrataciones.

La baja calidad del empleo generado tiene a su vez un doble efecto, por un lado, el directo en las personas que lo sufren, en muchos casos, el disponer de un empleo remunerado, ya no es garantía de capacidad adquisitiva que permita alejarse del umbral de la pobreza. Por otro lado, esta dinámica supone el mayor riesgo para el mantenimiento del sistema público de prestaciones sociales de carácter contributivo, especialmente las pensiones. La sostenibilidad de nuestro sistema público de pensiones no depende como se quiere hacer creer de la pirámide demográfica (que puede influir, pero en ningún caso determinar), sino de muchos otros elementos, entre ellos las disparatadas políticas de bonificaciones y subvenciones a la contratación con cargo a la seguridad social, que bajo la excusa de la creación de empleo (que no se produce), esconde una clara transferencia de rentas de los bolsillos de la clase trabajadora a los bolsillos de los empresarios. Si bien, el elemento central es la baja calidad del empleo, su volumen y los salarios que se abonan, ya que estos determinan la cantidad de las cotizaciones.
 

Los que han utilizado todos los instrumentos legales a su alcance para deteriorar la calidad del empleo, mediante reformas laborales y la debilitación de los mecanismos de control sobre el fraude, no tienen ninguna autoridad moral para hablar de garantizar el sistema público de pensiones contra el que trabajan con tanta dedicación. Un empleo estable y de calidad es no solo un derecho de cualquier ciudadano, sino también la mejor garantía de sostenibilidad y mejora de las pensiones públicas.


Se aprovechan de la vulnerabilidad  de los trabajadores repitiendo que este es un esfuerzo necesario para que el país salga de la crisis y se insiste en que esta es una circunstancia temporal que mejorará. Mezquindades que ocultan una manera interesada de gestionar la política y frente a las cuales, CCOO tiene alternativas.

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